AQUÍ Y AHORA

Anoche, a las tres de la mañana, recibió un mensaje de Arturo.
— ¡Buenas noches! ¿Qué haces?
— Dormir. Bueno, ya no.
Al instante, no se extrañó de su presencia. Igual se trataba de un sueño.
—¿Quieres que te cuente un cuento?
—Bien —le respondió, intentando coger una postura cómoda para prestar atención.
Él se tumbó a su lado de medio costado, sin tocarla. El codo hincado en el colchón, el puño con su sien apoyada, relajado. Sus labios pronunciaban “que belleza”, con palabras insonoras. Sus ojos recorrían y acariciaban su piel.
La lámpara de sal daba un aspecto anaranjado a su cabello, a él le hacía brillar el pensamiento. Tomó aire, carraspeó y empezó a contarle.
“Tenía 42 años, eran mis primeras vacaciones en las islas de aguas cristalinas, Formentera. Fue la primera vez que la vi. Me heló por dentro y por fuera, me hizo sentir fiebre, hasta tirité. Se acercó sin avisar y tomó mi cuerpo sin permiso. Su presencia me hizo cambiar el semblante, “estaba como un papiro”. Dijo su nombre y me lo tomé con humor. Ella iba en serio y yo pensé que no sería para tanto, pasajero, amor de verano. Mi ajetreada vida a todo trapo, mil horas de trabajo, viajar frenéticamente, vivir estresado, anunciaba no ser el mejor compañero.
Al volver a Barcelona solo pensaba en dejar la relación. Ya estaba atrapado, preso. Me había separado recientemente y tenía dos niños, no era el mejor momento. Acabé sucumbiendo obligado, a la fuerza y comencé a colaborar para que todo saliese bien. Estaba atado a ella de día y de noche, por cable y tecnología. Era muy ruidosa y preferí alinearme, si no lo hacía mi mente no empatizaría. No volví a quejarme y traté de juntos hacer un todo. Pasé de estar angustiado a dejar que fluyera. La gente vive en el pasado o en el futuro. Decidí vivir en el ahora e intentar divertirme. Ella estaba colgada de mí, todo el tiempo. A veces era muy bestia y ruidosa, no me daba ni un respiro.
Llegó un momento que me acostumbré, me transformé. Abrumado, cegado, mareado, cosificado, pero me habitué. Lo asumí. Llegó a dolerme mucho, como si me aspirasen el alma. En “agua de roca” me convertí. A mi alrededor había gente que sufría y lloraba por aquella relación. Momentos en los que quería huir.
No había concurrencia con los allegados, eso provocó bajones y pensar “lo que sea, será”. Llegué al aislamiento, con doble puerta acorazada al exterior y a mi interior. Se hizo de esperar alguien compatible, una amiga americana, de quien no sé nada más. Pude hacerle llegar una carta de agradecimiento, anónima. Fue quien hizo desaparecer la infame osada, despreciable y cruel enfermedad”.
—¿Cómo estás ahora?
—En lo mejor de mi vida. De ella aprendí a centrar el interés en otras cosas.
Arturo irradia calma. Charlar con él es como asistir a terapia.
—¿Lo has superado? —le pregunta ella.
—Ya te contaré.
—¿En qué lograste cambiar?
—La percepción sobre mí. No lo conseguí solo. Me ayudó la única mujer que no me falló. Incansable, siempre estuvo ahí, mi madre.
—¿Tú amiga, tiene nombre de Horóscopo?
—Si, y se apellida Leucemia.
Arturo se esfumó de su sueño y de su lado tan hábil como llegó, dejando un mensaje de texto en su móvil:
“Pase lo que pase, por más que cambie tu vida, hay una cosa segura: SIEMPRE ES AHORA” Eckhart Tolle.
Ahora pasea en bicicleta y vive despacio, a velocidad vida.
Aquí y ahora… QUIERO MÁS