BAILARINA

Está preparada para la función. Sola, frente al espejo de focos alineados, aplica gruesas capas de maquillaje que le iluminan el rostro, suavizando los pómulos y el mentón. Luce un moño bien hecho, adornado delicadamente con flores en el cabello. Llevar un buen peinado a la hora de bailar es indispensable, aporta elegancia y distinción, resaltando la expresividad del conjunto.
Estrena las puntas, un mensajero se las ha hecho llegar. Antes de cada función masajea sus pies y calienta la musculatura. Hoy viste sencilla, un maillot negro cruzado en la espalda y una falda vaporosa de seda traslúcida, fucsia. Las cintas de satén de las zapatillas rosas recorren sus pantorrillas reflejando la luz.
Fuera del camerino, empieza a escuchar como el público se acomoda en sus palcos. Son espectadores próximos y allegados, fieles cada día, noche tras noche.
Recorre el pasillo que la llevará al escenario, de puntillas se detiene ante su propia imagen reflejada en la inmensa luna que forra la pared, enmarcada en oro y relieves barrocos. La cámara retrata su pasión y un selfi la inmortaliza. Un pequeño descanso en la banqueta de forja y un último ajuste en las cintas de las zapatillas nuevas.
Ella misma regala un giño a la imagen reflejada y un gesto afirmativo. “Sí, vamos”. Decidida, con las puntas de los pies hacia fuera y espalda erguida, cruza la doble puerta. Se despasan las cortinas del frente, hacia la derecha e izquierda. Un chasquido en el teclado y comienza la música, “Libre soy”:
“La nieve pinta la montaña hoy.
No hay huellas que seguir.
La soledad un reino, y la reina vive en mí.
El viento ruge y hay tormenta en mi interior.
Una tempestad que de mí salió
Lo que hay en ti, no dejes ver.
Buena chica tú, siempre debes ser.
No has de abrir tu corazón.
Pues ya se abrió.
Libre soy, libre soy.
No puedo ocultarlo más.
Libre soy, libre soy.
Libertad sin vuelta atrás.
Y firme así, me quedo aquí.
Libre soy, libre soy.
El frío es parte también de mí.
Mirando a la distancia, pequeño
todo es.
Y los miedos que me ataban muy lejos los dejé.
Lejanía me haces bien, ya puedo respirar.
Lo sé, a todo renuncié, pero al fin me siento en paz.
Libre soy, libre soy.
No puedo ocultarlo más.
Libre soy, libre soy.
Libertad sin vuelta atrás.
Y firme así me quedo aquí.
Libre soy, libre soy.
El frío es parte también de mí.
Fuerte, fría, escogí esta vida.
No me sigas, atrás está el pasado.
La nieve lo cubrió.
Libre soy, libre soy.
No puedo ocultarlo más.
Libre soy, libre soy.
Libertad sin vuelta atrás.
Y firme así, me quedo aquí.
Libre soy, libre soy.
El frío es parte también de mí
Libre soy”
Comienza la música con ritmo adagio, realiza los movimientos lentos y elevaciones. Cambia de compás, ahora allégro, enérgico, animado. Luce todos los pasos de saltos; entrechant, cabriole, assemblé, jeté…
Se desliza en avant y ejecuta un battement cloche, con los brazos en campana, salto y battement fondú.
En el escenario dos alfombras. Una mesa hace de barra y de compañero invisible para los pasos que necesitan impulso. Luces cálidas inciden a través de su falda transparente. Irradia belleza. Mira directo al objetivo y dedica unos instantes de cariño.
Al otro lado del cristal, en la calle, son las ocho, los vecinos están aplaudiendo y disfrutando del espectáculo.
El ambiente vibra por las ovaciones que salen por los grandes ventanales y trata de verse a sí misma, como si estuviera en casa, apoyada sobre la balaustrada y envuelta por una deslumbrante elegancia.
Diez minutos han transcurrido y vuelve la soledad en el ático.
Con los pies clavados en el suelo de mármol, contempla detenidamente las molduras, columnas y arquerías que enmarcan los balcones.
Madame de Châtelet esbozaría una sonrisa, se sentiría orgullosa.
Instantes después, con un solo clic, publica su baile en Instagram.
—No empieces otra vez a soñar despierta —se dice en alto a sí misma—.
Bailarina…QUIERO MÁS.