DESAYUNO A CORAZÓN ABIERTO

El desayuno a corazón abierto le apetece escribirlo de puño y letra. Sobre papel, con estilográfica. Para sentir en su piel el folio y sujetar entre sus dedos la pluma, enviar a su mano los mensajes de trazo y recorrido de las letras que sobre la hoja en blanco, va dando forma a una historia. Sentir que a veces, lo que escribes, te estremece y tiembla el pulso. La letra sale bonita o se distorsiona según la emoción llega a la pluma. Prefiere la hoja que luego pliegas en todos los dobleces que sean posibles y puedes guardar en un lugar secreto. Como se escribía antes. Con la emoción al querer volver a leer, de desplegar aquel papel donde quedan las líneas marcadas por siempre y nunca más vuelve a estar liso, respirar el olor que desprende la tinta y descubrir sensaciones. Alguna vez, algún toque húmedo, salado, también quedaba impregnado entre espacios y renglones.
Ella amanece con pensamientos profundos, habla consigo misma sobre si el amor está sobrevalorado o infravalorado y por eso a veces no lo demostramos.
El amor no es tangible, pero a veces sentimos que algo falta, si no es tangible? Qué y cuánto falta?
La mañana amanece fresca, consulta el tiempo. Unas nubes pretenden engañar y confundir, si puede o no llover. Internet dice que soleado. Según la previsión elige para ir cómoda, pantalón blanco y chaqueta negra de terciopelo y haciendo un guiño a su madre, que a veces le dice «la que con verde se atreve, por guapa se tiene», decide ponerse un top del color de las guapas, que además le favorece y «palante», «que se mueran los feos».
Él es un amigo, que escribe poesía y tiene mucho que contarle y mostrarle, escribe siempre a corazón abierto.
Han quedado para desayunar, el lugar lo ha escogido ella, siempre frente al mar.
«La más bonita», en la Patacona, le parece el sitio ideal.
Prefieren sentarse en un rincón soleado, un lugar cómodo y estar uno al lado del otro, próximos y cercanos.
La terraza del local, con sus paredes encaladas y sus puertas y ventanas en azul ártico, enmarcan la escena.
De fondo el mar, en calma, sin oleaje, mudo; en profundo silencio, el mediterráneo inmenso, atento, les quiere escuchar.
Piden dos desayunos completos, con tostadas y «Zumo de Naranja».
Cada zumo tendrá el jugo de su «media naranja»?
Él abre su corazón y deja que ella vea lo que hay dentro.
Ve un corazón roto, que late forzoso. Cuando estaba pleno, por capricho decidió aventurarse, el destino le dió una lección y nunca más se aventuró. Pero los corazones que después ha compartido, han latido a distinto son. Cuando él estaba en sístole, la otra persona latía en diástole y las arritmias le han abandonado.
Él le hace una pregunta:
_ Qué precio pagarías por el amor?
Mientras hacía la pregunta, él alzaba la taza del café con leche y su brazo se paralizó flexionado a la altura del corazón, esperando respuesta.
Ella fijó la vista en la taza y el silencio le recorrió el cuerpo entero. Su mente quedó en blanco, no tenía respuesta inmediata. Debieron pasar segundos del valor de una cuarta dimensión, hasta que pudo mirarlo a los ojos y contestar:
_ El amor no debe tener precio. Sencillamente se debe sentir.
_ El amor no es tangible.
Era la segunda vez que escuchaba esa afirmación en el mismo día, primero fue en su cabeza.
Ella con el zumo en sus manos, jugaba con la pajita , he intentaba dar vueltas al cubito de hielo, sin conseguirlo, tan solo se resbalaba y golpeaba el vaso, rompiendo el silencio que tanto esfuerzo le costaba al mar. Mientras ganaba tiempo y evitaba mirar donde no quería ver.
Al mismo tiempo que seguían conversando, fueron tomando el desayuno, bebían el café con leche a tragos, el zumo a sorbos, las tostadas encogían a bocados, no quisieron mezclar las mermeladas, melocotón para él, frambuesa para ella.
_ Necesito encontrar mi «casa».
_ Casa?
Ella pregunta asombrada, también recientemente alguien le habló del concepto casa.
_ Si. No casa como tal. Necesito encontrar casa a mi corazón. Sentirme a gusto con alguien.
_ Te refieres a que casa, puede ser una persona?
_ Si.
_ No es la primera vez que escucho esto. Cómo debería ser esa casa? O qué esperas de la casa?
Él empieza a describir como tendría que ser esa casa…Ella se pierde en sus pensamientos, no es capaz de mantener la concentración, fija la vista en el horizonte, el blanco encalado de las paredes se torna más cálido, el mar hace reflejos causando espejismos que rebotan en el verde de sus ojos, el sol le dora más el cabello y le sonroja el rostro.
La luz coge intensidad, aumenta la temperatura, va sobrando las prendas de abrigo de la mañana y el azul ártico de las ventanas, lo empieza a ver azul cielo.
Necesitan alargar la conversación y deciden dar un paseo. Él llama la atención por donde va, su atractivo no pasa desapercibido y sabe sacarle partido. Tiene amor para dar en todos los sentidos. Desde el pasional, pasando por el romántico, hasta el fraternal.
Si se pudiera ver su interior desde fuera, se vería su «corazón abierto»; tendría la puerta de más de una «casa abierta».
Él vuelve a la oficina y ella sin saber si tiene claro el concepto casa, vuelve a su casa.
Cuando llega, observa que con ella ha entrado un abejorro rojo y merodea desorientado. Los abejorros rojos dan suerte o eso dicen. Tendrá suerte en el amor?
Va cerrando las puertas de las estancias para acorralarlo y no dejar que vaya a su aire. Ha conseguido atraparlo en el salón, le abre el ventanal y el abejorro sigue allí, dando bandazos , zumbando en sus oídos y no es capaz de salir, no es capaz de ver que por donde entra la luz ya no hay cristal.
Y el abejorro emite un zumbido intenso al volar.
Corazón abierto…QUIERO MÁS.
En el rinconcito de la izquierda, al fondo, estará siempre el corazón abierto.