DESAYUNO AL ATARDECER EN LA ALBUFERA

¡Es un espectáculo! Es una sinfonía de colores, una verdadera sinfonía.
¡Sinfonía de colores! Una frasecilla que Blasco Ibáñez había pescado en una de esas críticas que hablan del “colorido” y el “dibujo” de la música y de la armonía y los acordes de la pintura y que le viene a ella a la cabeza ante tal estampa.
Caprichosa geografía, se queda hipnotizada por la brillantez del paisaje, sintiendo en su rostro el viento fresco que tantas cabriolas da para acariciar su piel.
La Albufera inmensa ante ella es un lago de esmeralda líquida. El sol va tornando a suave color caramelo, dejando una cenefa azul en el horizonte. Tonalidades de color enérgicas y rabiosas.
Con aire de inconsciente, abismada en el crepúsculo eterno que la envuelve y levantando la cabeza sin sentir la menor molestia por los rayos de sol que se quiebran en sus ojos verde miel. Mientras los también verdes cañares aplauden agitados el festival.
Las luces de las poblaciones del otro lado de la orilla aparecen como guirnaldas centelleantes dando un toque navideño a este final de noviembre frío y distinto.
Los pájaros escapan del escopetazo del crepúsculo, en acto de solemnidad.
El sol baja hasta el fondo del lago desplegando cortinillas de rojo desteñido.
Atmósfera maravillosa de baile de colores, la hora dorada da paso a la hora azul noche.
Burbujas en su respiración, escalofríos de entusiasmo, hondamente impresionada por aquel lugar, curva los labios en una leve sonrisa agradeciendo la oportunidad que brinda disfrutar un día más y otra noche y un anochecer y otro amanecer y volver a desayunar.
El llamativo paisaje se viste con capa de satén, la luz del sol atraviesa sus párpados y proyecta un resplandor rojo en su mente. ¡Carpe diem! Susurra al viento.
Un pájaro que se desliza en las alturas baja hasta la tierra y se posa en una caña cercana a observar el nuevo anochecer.
La mejor época para pescar es el invierno. En la mañana los pescadores tenderán las redes, para conducir a las anguilas hacia las mornellas, quedando atrapadas en su forma cónica, ya nadie vive de la pesca solamente. El oficio se pierde y solo se abastece a restaurantes o como extra de ingresos en algunas familias.
El cielo comienza a arder con colores rojos y naranjas. La retina natural y la artificial de los fotógrafos se prepara para en pocos minutos capturar el sublime paisaje, alimentándose de la sensación de profundidad tan ansiada, en cada estación del año es diferente.
Un suave oleaje de agua dulce danza un vals al compás de los vientos soplando, salpicando los muelles de tablones de madera añada y perenne.
Parejas de recién casados prometidos al amor eterno, se enfrentan al frío de la noche con escote y con chaqueta inmortalizando el atardecer del día más importante de sus vidas, dando plenitud a la ceremonia de compromiso.
Otras renuevan sus votos al borde del muelle en un abrazo, no saben muy bien si por amor o porque se enfría el alma.
Una valenciana pone el broche de oro al espectáculo nocturno, engalanando con su traje tradicional de la fiesta de esta tierra el muelle central, con los brillos de sus manteletas, sus peinetas, con los colores de sus sedas y los de nuestra Albufera.
Crepúsculo en la Albufera…QUIERO MÁS.

Fernando Sancho de la Fuente
Casi, casi… lo he visto. Gracias