DESAYUNO CON ABRAZOS

El trabajo a él le absorbió más horas de las previstas, apenas pudieron intercambiar mensajes.
Aquella mañana ella prefirió quedarse en casa, el resfriado le restaba energía y el clima invitaba a no salir.
Tenía que organizarse la agenda para el resto de la semana. Enviar propuestas y presupuestos, contestar correos, llamadas…
Fuera las primeras gotas en caer, no tardaron en aparecer, el sol se resistía, pero acabó venciendo la lluvia.
Le llevó toda la mañana lo que creía que acabaría en un santiamén.
Sentía el cuerpo entumecido, pesado. Se preparó una infusión de jengibre, le aliviaría la garganta y haría de antiinflamatorio natural.
Era de los primeros días que se empezaba a hacer notar el otoño. Trabajar en casa le permitía vestir cómoda, pantalón de lino beige y camiseta de algodón blanca, sobre la alfombra prefería ir descalza.
Se tomó la infusión mirando al jardín, desde el ventanal, en un ángulo donde podía verse reflejada en el cristal. Mientras jugaba con las dimensiones, los puntos de fuga, describía con trazos la perspectiva mentalmene. Las gotas iban pixelando la imagen del exterior.
El jengibre a su paso por la garganta picaba a la vez que suavizaba.
Hizo un gesto de rodearse a sí misma, necesitaba un abrazo.
Hacía unos minutos que había encendido la radio, el interlocutor hace una pregunta, a la que el entrevistado responde: «tengo la suerte que puedo decidir lo que quiero hacer».
Se repitieron las palabras en su cabeza una por una,
se preguntó si alguna vez se había encontrado en esa situación. Si!, la respuesta fue si. Hubo un tiempo donde tuvo la suerte, de poder decidir, lo que quería hacer…y no lo hizo… porque otros tuvieron la suerte, de decidir por ella, lo que debía hacer.
Un escalofrío recorrió su cuerpo, ahora si necesitaba un abrazo.
Él no se lo podía dar, estaba a unos cuantos kilómetros, pero lo sintió cerca, hasta le pareció escuchar su voz en la radio. «Cómo es capaz de estando tan lejos, sentirlo tan cerca?», se preguntó.
Ella lo acusa de allanamiento de su corazón, secuestro de sus sonrisas, ladrón de su mente y su pensamiento. Lo declara culpable.
Lo condena a ser su amigo toda la vida, sin derecho a libertad, bajo ningún concepto.
Un baño caliente, una taza de café, unas horas al teclado, tocando y tarareando «El hombre del piano», «Vivo por ella», «Con la miel en los labios», «Nada sale mal», la van reconfortando.
Más tarde, al anochecer, aparece un mensaje en su móvil…
«Ha sido un día denso! Qué descanses! Buenas noches cielo!»
Ella le responde, cierra los ojos, duerme y siente sus abrazos.
Abrazos… QUIERO MÁS.