DESAYUNO CON EL TRAUMATÓLOGO

Toca visita, revisión y descartes.
Ya ha estado en la consulta numerosas ocasiones. Se queja de un leve dolor en los talones, que aumenta de intensidad en reposo. Eso ya es «pecata minuta», comparado con la lista de dolores que arrastraba.
El traumatólogo es joven, templado, de talla y peso equilibrado. Fuera de la consulta parece más un futbolista que un doctor.
Ha llevado el seguimiento de su evolución, la trata con mucho respeto y cariño.
Ella le entrega la imagen de sus pies grabada en un cd, aparentemente no hay ninguna lesión. Es mejor pasar al reconocimiento y palpar donde le duele.
Esta vez ella está espléndida, emana luz, si no fuera por ese pequeño dolorcito, saldría corriendo de aquí para allá.
Daniel, el doctor, la ha visto en su peor momento. Hoy le sorprende al presentarse sola y expresarse con soltura, sin titubeos, sin olvidos de palabras ni conjugaciones inventadas.
Aún así, quiere que se siente en la camilla, que no haga ningún esfuerzo ni movimiento brusco, ya se encarga él de quitarle los zapatos y palpar masajeando los talones, empeine y planta de los pies.
Tampoco halla nada extraño. Le comenta que a nivel de traumatología no hay ninguna patología. Que al tratarse de bilateralidad hay que plantearse que está relacionado con terminaciones nerviosas, quedando fuera de su competencia.
Ella está desconcertada por la delicadeza con que le ha quitado el calzado, con las mismas él insiste en volver a ponerle los zapatos.
Nota el nerviosismo de ella. Él le pregunta si le incomoda que se los ponga. Ella miente y dice que no. Tampoco es incomodidad lo que siente, pero si le extraña. Ese comportamiento no es el habitual en esos casos y más un médico tan joven y tan apuesto.
A ella le basta con poco para dar rienda suelta a la imaginación.
Están a punto de acabar la consulta.
Recetas, apuntes en el historial, seguimiento…
Hablan un poco de su incorporación al trabajo, de la evolución favorable, de personas tóxicas que han salido de su vida, de decisiones con determinación.
Ella comienza a recoger sus cosas, en un momento ha hecho un despliegue de informes que invaden la mesa.
Ya con el pomo de la puerta en la mano, el doctor la ha estado observando en cada paso y movimiento, no puede evitar decirle:
_ No sabes cuanto me alegra verte así. Es admirable tu actitud.
_ Ya! Gracias. He aprendido mucho en esta lección.
_ Si. Ha sido toda una lección de superación, pero ha valido la pena.
_ Pienso que no hacia falta tanto sufrimiento.
_ Te doy la razón. No te hacía falta pasar por esto.
_ Nos vemos pronto Doctor.
_ Hasta pronto! Suerte!
_ Gracias.
Cuando cerró la puerta, pudo entrever la cara de satisfacción y nostalgia que desprendía el rostro de él.
Ella de cosntante humor pícaro, pensó para sus adentros…_Si me va a tratar siempre así, la próxima vez le digo que me duele la pelvis… Se moría de risa por dentro por sus pensamientos.
Se marchó con la sensación de importarle y no ser una paciente cualquiera.
Doctores humanos… QUIERO MÁS.
Amparo Andrés