DESAYUNO CON GARAGATOS

El pómulo apenas se ha inflamado, en el empeine del pie derecho, si le ha salido un cardenal. Debió golpearse con algún peldaño de la escalera que separa el estudio, de la vivienda de Joaquín Sabina.
Lleva toda la semana echando en falta el labial Rosette de Mary Kay. Ha revisado todos los bolsos y no aparece. Lo usaría para pintar algún garagato el pasado viernes? Sospecha que si.
Quiere recuperar eso y la torera negra calada, que también debió dejarse olvidada en casa de Joaquín Sabina.
Ni la fama ni el dinero le han hecho abandonar su barrio. Latina, Lavapiés, Tirso de Molina… Territorio de Joaquín.
La recibe Jimena, su compañera de humos, hasta instaló un extractor en el techo del dormitorio, le indica como llegar hasta el salón del piano. Los libros invaden el espacio, lo hacen casi impracticable. Sabina le dice que eligió el barrio, por los mercados, los teatros, los bares de bocadillos de calamares. Él no conduce, puede ir andando a los museos y eso es un lujo.
El arquitecto Miguel Botella, les diseñó un espacio circular, donde las habitaciones tienen conexión visual y la luz gira alrededor de la casa, como el anillo de Saturno.
Con cara traviesa, como si fuera un secreto le dice:
_ En cuanto el arquitecto y las decoradoras se fueron de aquí, llené la casa con mis bibelots, soy muy fetichista y necesito rodearme de las cosas que me gustan.
Jimena aparece con una bandeja, portando torrijas de brioche de mazapan, con crema inglesa. El aroma que desprenden alimenta el alma y degustarlas junto al café con leche es el placer…del día.
Mientras Sabina hace particiones de la torrija con cuchillo y tenedor, con perfectos cortes y medidas, le sigue diciendo:
_ Recuerdo que la obra se terminó un viernes y el lunes ya estaban colgados todos los cuadros, cornucopias, ángeles, vírgenes, santos y demonios, _suelta una carcajada sarcástica_ tomé posesión de la casa.
En la casa hay representantes del bien y del mal, parecen un reflejo del propio personaje.
Jimena con gran delicadeza, hace que vaya menguando la torrija, Joaquín a porciones controladas y con ritmo. Ella necesita cuatro servilletas, la crema se le escurre, las migas juguetean en la comisura de los labios, haciendo que ruborice y dude si le queda algún resto y si estaría bien usar una quinta servilleta o… Recuerda que ha ido allí a lo que iba, su labial y su torera.
Jimena le indica donde está el baño y le descubre dónde ha dejado la pasta cremosa que teñía sus labios sin migas cada mañana.
El espejo del baño es una replica de los garagatos que decoran la puerta del dormitorio. Firmado «Ampa».
Ella no sabe si el último bocado de torrija era demasiado grande o si ha dejado de respirar y no le pasa el aire.
Jimena le dice:
_ No te apures, Joaquín ha ordenado que no lo limpien.
Parece que la torrija termina de pasar al otro lado. Aliviando la garganta. Del labial no queda nada, tan solo el cartucho.
Cuando vuelven al salón, él se ha sentado en el sillón de cuero chocolate, rozado y desgastado, con historia.
Él y ella tienen algo en común, le sigue hablando:
_ Hay un antes y un después de aquel agosto de 2001. El ictus me cambió el lugar y el valor de las cosas.
_ A mí me ha pasado lo mismo, desde noviembre de 2016, aunque meses antes, durante el verano sufrí algunos pequeños que pasaban desapercibidos. Era pequeños mareos y perdidas de equilibrio, alguno con caída incluida. Hasta que una madrugada vino uno gordo, el que lo frenó todo en seco.
_ Antes pasaba la vida en la calle, la noche en los garitos. Ahora sigo trasnochando, pero monto el bar en casa. Antes medio Madrid tenía llaves de mi puerta. Ahora la Jime, ha puesto orden y solo vienen amigos escogidos.
_ Yo también he cambiado en eso. Selecciono los amigos y hago cada día lo que me pide el cuerpo.
Los gatos persas, merodean silenciosos por la estancia, olisqueando y deseando que alguna miga caiga en la alfombra, no se separan de las piernas de ella, como si supieran que tienen más probabilidad de dar con un premio.
Ella intenta pedir disculpas, por el espejo del baño y su temeridad.
_ Ja, ja, ja, ja. No pidas disculpas, espero que no se quede ahí, deberías seguir,…_hasta los gatos dejan de ronronear_… en tu casa, digo.
_ Ah, vale! Ja, ja. Pues, si debería, pero mejor en lienzo, o sobre porcelana. Retomaré proyectos que tenía en mi cabeza, si es que los recuerdo, a golpes me van viniendo a la memoria.
_ Si, eso a mí también me pasa.
_ Cómo podía haber tanto en esta cabeza? Y lo que aún no he podido recuperar.
_ Poco a poco, te irá llegando._ Afirma Joaquín._ Todo volverá.
_ Cuéntame, lo de tus garagatos!
_ Claro! Yo te cuento… _ se acomoda en el sillón orejero, adoptando postura de estar como en casa, él le hace un guiño de aprobación_ cuando se apagan las luces del escenario y suena la última nota, suele dar un bajón, es entonces cuando me refugio en mis pensamientos. Para llenar ese vacío, me acostumbré a coger cuadernos y rotuladores. Es ahí donde me relajo y paso a la calma.
Jime le acerca un cuaderno que ella apoya sobre sus piernas.
Va pasando las páginas y emergen cientos de dibujos de colores, brillantes y luminosos, construye su universo creativo, repleto de princesas, mitos, musas.
Predominan cinco tintas y plata, presente en casi todos los dibujos.
Cada lámina va acompañada de un texto de su propio puño y letra, son versos, poemas, fragmentos de canciones o simplemente humor…
_ Encontrarás en mis dibujos un poco de risa, un poco de ironía, un poco de erotismo y casi todos los temas que me interesan.
Conversan de arte, de música, de las prisas y de la vida.
La mañana se les ha pasado a velocidad eclipse, como ecléctica es la decoración, las facetas de Joaquín y la conversación.
Se despiden traspasando la doble puerta blanca con los garagatos asomando y los persas merodeando.
Joaquín y Jime, le recuerdan que ha de pasar por Mary Kay y por la tienda de Artículos de Bellas Artes.

Garagatos… QUIERO MÁS

Amparo Andrés Parriego