Viste rojo terciopelo, de arriba abajo, por dentro también.
Piel caoba, tersa como ébano pulido.
Cuatro mechones le caen por la espalda.
Él abre la puerta afrancesada, blanca a cuarterones. La alza al vuelo y la saca al jardín. Deja que apoye su tacon de aguja en los rodenos mohosos. Suavemente reposa su ancha cadera en la balaustrada y sin soltarla inclina su cabeza sobre su esbelto cuello. Apoya sus labios carnosos en ella.
Es el descanso.
Una gota salada de su frente, por sus ángulos marcados resbala y la humedece.
Las yemas de sus dedos, anchas de tanto tocarla, vibran por sus mechones, los acaricia de principio a fin.
En la otra mano el arco tensado. La siente tanto, se nota que la disfruta. Es un vicio rozarla y «vive por ella».
El primer acto para deleite de los dos ha sido «El jardín secreto». Siempre tan rítmicos y sincronizados.
Ahora viene el segundo acto. La coge de nuevo en sus brazos, la lleva al escenario, atrapa sus caderas entre sus muslos prietos y se funden tocando…»Hallelujah»
Desde la butaca de platea, entre el público, viste rojo terciopelo, quién fuera tu violonchelo.
Hauser, Hallelujah… QUIERO MAS
Amparo Andrés
VÍDEO: Hauser, Hallelujah.