DESAYUNO CON JOAQUÍN SABINA

Ella tiene ganas de vivir, no quiere perderse nada. En Palacio Alameda, hay un espectáculo, «Tributo a Joaquín Sabina».
Él le pregunta que planes tiene para la tarde del viernes.
Ella le contesta que tiene dos entradas para un evento. Le propone que la acompañe, que tomarán unas copas, quizá un agua de Valencia. Él lo lamenta, pero esa noche está lejos y no llegará a tiempo.
Le desea que disfrute y le lanza un beso al viento. Ella acude de negro, sola.
Tras pasar las balizas de cintas rojas, se adentra en el mundo de Joaquín Sabina.
Se apagan las luces y se encienden los focos, verdes, lilas, rojos, la iluminan y ciegan su retina.
En minutos la hizo suya, la envolvió en su chaleco y le puso el sombrero.
Con su voz rota y quebrada le tocó el alma, hasta dejarla atrapada.
Le cuenta que cuando se graduó su padre le quiso regalar un reloj y le pidió en su lugar una guitarra; el mismo que siendo comisario se vió en la obligación de detenerlo, cuando se involucró en un movimiento táctico.
Hubo una época donde se ganó la vida cantando en el metro, restaurantes y cafés.
Baja el tono de su voz cortada, susurrando con un hilo casi ronco, le confiesa que cantando en el local Mexicano-Taverna, en el cumpleaños de George Harrison, le dió una propina de cinco libras. En algunas entrevistas ha relatado que conserva el billete como un tesoro, en otras que lo perdió en una mudanza, a ella le desmiente la leyenda:
– En realidad, me los bebí aquella misma noche.
Da un trago al whisky con hielo, que sacude como cubilete de poker a punto de conseguir trío de ases. Bailotean las cintas de cuero que cubren sus muñecas. Con mueca de sabio, embaucador y vividor experimentado, la sujeta por el brazo:
_ En Granada descubrí la poesía de César Vallejo y Pablo Neruda…y Lesley, ja! también la descubrí.
Los ojos vivarachos y enrojecidos muestran escenas lascivas, vividas.
Ella prefiere mirar para otro lado, porque si sigue mirándolo fijamente teme que la cautive.
_ De política no te voy a hablar porque no está el horno para bollos._Se ríen, por no llorar.
Agota el whisky y el hielo, con un chasquido de dedos, reclama la atención del camarero y «a buen entendedor pocas palabras»…
El segundo, recién servido, se lo bebe de un trago.
Con paso ligeramente de lado, con el pulgar en el bolsillo del chaleco y el otro brazo oscilando, se sube al escenario.
A ella le indica que se siente a su lado.
El taburete la transporta «19 días y 500 noches», «por el Bulevar de los sueños rotos», como una «princesa», «por el túnel», «nos dieron las diez» «y sin embargo» «contigo», «nos sobran los motivos», de «Noches de boda».
A velocidad exceso, viven la noche, como acostumbra Joaquín Sabina.

No sabe ni cómo, ni dónde ni cuánto ha bebido. Abre los ojos, clarea la luz por el visillo del ventanal, le duele el pómulo, quizá por algún tropiezo, al otro lado una puerta doble, con mil garabatos.

Aquella noche le hizo perder las medidas, el día de después y desayunar casi en el olvido, rozando la hora de la cena.

Exceso.. QUIERO MÁS

FOTOS: Puerta de los garabatos en casa de Joaquín Sabina. En el escenario Tributo a Joaquín Sabina.