DESAYUNO CON LA MUÑECA RUSA

No recuerda que edad tenía, si cuatro o cinco años, pero si sabe que de siempre le llamaba la atención los vivos colores brillantes que asomaban en la estantería blanca. Siempre pedía permiso para cogerla y jugar con ella, unas veces lo conseguía otras no, dependía del estado de ánimo de quien daba el consentimiento. Las veces que le era permitido, le inundaba una felicidad ingenua, una sensación de satisfacción que se mezclaba con el respeto y la admiración que sentía por aquel objeto.
No sabía muy bien si se trataba de un juguete o un adorno de decoración, lo que tenía claro es que la tenía enamorada, por sus formas, por el tamaño, por el secreto que escondía, por su sencillez y por la simpatía que mostraba la sonrisa dibujada sobre la madera.
La sostenía con las dos manos. Primero la observaba por completo, como si descubriera por primera vez los colores, rojo, amarillo, verde. Con el dedo índice recorría el trazo de sus ojos y su boca. Según la época del año, a veces la encontraba fría, pero en pocos minutos sobre sus manos comenzaba a coger temperatura. Unas caricias suaves por sus contornos redondeados y cuando estaba lista entre sus manos, daba con fuerza un giro, un clic y descubría al separarla en dos de su interior otra muñeca igual de menor tamaño. La segunda vestía de rojo y verde, no sabe el motivo, pero unas grietas en la parte superior la hacían chirriar al intentar abrirla para sacar la tercera. El chasquido le hacía encoger los hombros y apretar los dientes sobre el labio inferior, cerrando los ojos fuertemente, hasta descubrir a la tercera, la cuarta y la quinta.
Preguntaba el origen de las muñecas y le respondían que alguien muy querida, la tía Lolín, las había traído de París, pero las muñecas las había comprado en Rusia.
Ella cuando escuchaba la procedencia se enamoraba de las muñecas, de París, de Rusia y de la tía Lolín; era una atracción sobrenatural, una energía inexplicable que le agradaba sentir.
Aquellas muñecas se convirtieron en su fetiche cuando ni siquiera podía entender el significado de un amuleto o tótem. Todo se desencadenó de manera inocente y natural.
Lo que más le gustaba era el olor que desprendían, madera añada, barnizada, engalanada con óleos y trementinas.
Fue uno de los juguetes con los que más horas pasó. Abriendo, sacando, cerrando, montando, desfilando. Ahora en fila india mirada al frente, ahora giro a la derecha, a la izquierda. En perfecto círculo, por orden, jamás se permitió desordenarlas. La jerarquía establecida era infranqueable.
Aquel vínculo la llevó a tener un interés especial por las muñecas rusas. El nombre de Matrioska se debe a que era el nombre femenino más común entre las mujeres antes de la revolución y significa “matriona”, “señora respetada” y “madre de familia”.
Durante unas vacaciones navideñas encontró un puesto de mercadillo, lleno de muñecas rusas. Ver tantas juntas con sus coloridos, sus brillos, la atrajo como un talismán.
No tardó en entablar conversación con Nikolay, quien le contó la leyenda misteriosa que ocultan estas muñecas de más de ciento veinte años.
Nicolay con gran entusiasmo, con acento y mucho cariño, comenzó a contarle el cuento que a él le contaban de niño. Sus ojos azules lo decían todo, mientras ella recorría con la retina todos aquellos brillos y pigmentos perfectamente ordenados.
“Érase una vez, un viejo carpintero ruso llamado Serguei.
El viejo Serguei, fabricaba preciosos objetos de madera: silbatos, juguetes, instrumentos musicales… Para ello, todas las semanas, salía a buscar buena madera al bosque para su trabajo.
Aquella noche había nevado mucho, pero con los primeros rayos de sol de la mañana, nuestro amigo salió esperando tener fortuna y encontrar un buen tronco con el que poder trabajar la madera.
Pero sólo encontró viejos trozos de madera húmedos y pequeños, que con suerte solo podían servirle para calentarse al fuego.
Cuando iba a retirarse rendido por el cansancio, algo llamó su atención, un bulto grande sobresalía sobre la nieve.
Al agacharse, vio el más hermoso de los troncos que nunca había recogido, de una maravillosa madera blanquecina. Serguei tomó fuerzas y recogió el tronco, que transportó hasta su casa. Tomó aquel tronco como el mayor de los tesoros y pensó que debía valer para hacer algo muy especial.
Pasó días y noches sin dormir, hasta que por fin se le ocurrió hacer una muñeca con la madera y así lo hizo. Cuando terminó, estaba tan orgulloso de su trabajo, que decidió no ponerla en venta. Se sentía muy solo y aquel pequeño objeto lo acompañaba en su soledad.
-Te llamaré «Matrioska»- dijo a la pequeña muñeca.
Cada mañana, Serguei se levantaba y saludaba a su amiga:
-Buenos días, Matrioska. Hasta que un día, la Matrioska contestó:
-Buenos días, Serguei. -Serguei se quedó muy impresionado y volvió a responder:
-Buenos días, Matrioska.
El viejo carpintero se sentía muy afortunado de tener alguien con quien conversar en su soledad. Pero Matrioska solo hablaba cuando los dos estaban solos.
Un día, Matrioska se levantó muy triste. Serguei, que lo había notado, preguntó:
– ¿Qué te pasa, mi querida Matrioska?
– ¡Que no es justo!
– ¿El qué? – contestó el carpintero.
– Cada mañana me levanto y veo a la osa con sus oseznos, a la perra con sus perritos… incluso tú me tienes a mí. Yo querría tener una hijita- contestó la Matrioska.
– Pero entonces -le dijo Serguei- tendría que abrirte y sacar madera de ti, y eso sería doloroso.
-Ya sabes que en la vida las cosas importantes siempre suponen pequeños sacrificios- contestó la bella Matrioska.
Y así fue como el carpintero abrió a su pequeña muñeca y de ella extrajo madera de su interior, para crear una muñequita más pequeña pero exactamente igual a ella, a la que llamó Trioska.
Desde aquel día, todas las mañanas saludaba:
– Buenos días Matrioska, buenos días «Trioska».
– Buenos días, Serguei- respondían al unísono.
Muy pronto ocurrió que Trioska también sintió la necesidad de ser madre. Así, el viejo Serguei repitió el proceso y de ella sacó otra muñeca exacta, pero más pequeña a la que llamó «Oska».
Al cabo de un tiempo, también el instinto maternal se despertó en Oska, que rogó a Serguei que la hiciera madre. Al abrir a Oska, se dio cuenta de que sólo quedaba un mínimo trozo de madera. Sólo una muñeca más podría realizarse.
Entonces, el viejo carpintero tuvo una gran idea. Fabricó un diminuto muñeco y antes de terminarlo, le pintó unos grandes bigotes. Cuando lo hubo terminado, lo puso delante del espejo y le dijo:
– Mira, «Ka», … Tú tienes bigotes. Eres un hombre. Por tanto, no puedes tener un hijo o una hija dentro de ti.
Después abrió a Oska. Puso a Ka dentro de Oska. Cerró a Oska, abrió a Trioska. Puso a Oska dentro de Trioska. Cerró a Trioska, abrió a Matrioska. Puso a Trioska dentro de Matrioska y cerró a Matrioska. Un día, Matrioska desapareció misteriosamente de la casa de Serguei.
Si alguna vez encontráis a Matrioska, Trioska y Oska y en su interior, al pequeño Ka, no dudéis en darles cariño”.
La Matrioska oculta más de lo que aparenta, ya que sobre ella se especulan muchos secretos y misterios.
Se cree que representa los atributos que esconden las personas en su interior por lo que se consideran un símbolo de alegría, sabiduría y prosperidad.
Lo cierto es que no es solo un juguete, sino que es vista como una especie de genio doméstico y un símbolo de una mujer rusa trabajadora y fértil, quien con su alma misteriosa fascina a las personas alrededor del mundo.
Mientras Nicolay acababa de contarle el cuento, ella ya había hecho una selección para los presentes navideños. Las muñecas se tienen que regalar. Ya había elegido los modelos y a quien las iba a destinar.
Si un día recibes una, debes pedir un deseo y sólo cuando se haya cumplido puedes abrir esa Matrioska para descubrir la siguiente y así sucesivamente.
Todos podemos tener una Matrioska en nuestro interior. Destapando capa a capa podemos ir auto descubriendo y conociendo nuestra esencia interior.
Nota: Este relato contiene parte del cuento ruso escrito por Dimiter Inkiow.
Matrioskas…QUIERO MÁS.

Fernando Sancho de la Fuente
Preciosa historia. Felicidades!!!
Amparo Parriego
Muchas gracias. Un abrazo.