DESAYUNO CON MARCEL.LI

No sabe cuánto tiempo ha pasado desde la última inauguración que asistió
relacionada con la cerámica.

Los temblores habían desaparecido hace meses, pensar en reencontrarse con
sus compañeros de profesión la llevan al punto de tiritar hasta la médula. Le
flojean las piernas y no sabe si la llevarán a paso seguro hasta la galería en
La Casa Violeta de Manises.

El espacio está destinado a la transformación de las relaciones de
desigualdad de género y promueve la presencia de las mujeres en la vida
política, económica, cultural y social.

La exposición lleva por título “equi-libre” y equilibrio es lo que necesita
para mantenerse en pie de físico y de ánimo.
Su orgullo no le ha permitido dejarse ver mucho en público. El mismo, que la
lleva hasta el evento y es recibida por todos con caras de asombro y de cariño.
Siente el recibimiento tal cual gratificante anuncio conocido “Vuelve a casa
por Navidad”.
Después de efusivos abrazos y preguntas escuetas de ¿Qué tal? ¿Cómo estás? Con
largas respuestas, puede comenzar a disfrutar de la exposición. Empieza a
sentirse cómoda, el momento ha superado a su imaginación. Sabe que se deja
personas y conocidos sin saludar por no poder aún reconocer e identificar. Son
muchos de golpe y mucha información que procesar.
Una vez inaugurada la exposición, se hace un hueco en la sala, mientras los
invitados degustan el piscolabis, ella aprovecha para ir observando y
fotografiando las obras. Entre todas las esculturas, una le gusta mucho, quiere
conocer al autor o igual ya lo conoce y no lo recuerda.
La comisaria de la exposición Carmen, le presenta a Marcel.lí que, sorprendido
por su interés, se le ve entusiasmado y curioso por ser el elegido. Hechas las
presentaciones, Marcel.lí le cuenta toda la entramada que conlleva su obra.
Se ha inspirado en las vanguardias. La pieza está hecha de cerámica, varios
cilindros y formas desmontables la conforman. Titulada «La rusa»,
creada a partir de la visión de la mujer en el medio rural. Es un rompecabezas
inspirado en Malevich, Léger y Almodóvar.
En la obra de Malevich, «La joven campesina», está compuesta por
conos, la
Campesina representa el último eslabón de la cadena. Para plasmar ese último
peldaño
Marcel.lí prensa cartones sobre las planchas de barro, para dar la textura del material
con el que muchos indigentes se tapan y protegen del frío.
Le cuenta el intríngulis de la película «Volver», de Almodóvar; donde
la madre tras asesinar a su marido por una infidelidad se esconde en casa de la
hermana con demencia, haciéndola creer que habita con un fantasma.
Supuestamente había fallecido en un incendio junto a su marido. Al morir la
hermana, reaparece haciéndose pasar por una mujer rusa, es cuando su otra hija
la oculta en su peluquería clandestina, como ayudante, lavando cabezas. La hija
mayor pasa por un episodio idéntico y también «se carga al marido».
Marcel.lí le cuenta la historia con un humor sarcástico, divertido. Pese a que
le lleva catorce años, no aparenta la edad, transmite jovialidad, juventud,
ganas de disfrutar de la vida. Conectan muy bien desde el principio. Le parece
una persona muy interesante, con mucho desparpajo, podría ser perfectamente
actor de película cómica, habla más con los gestos que palabras. Le acompaña
una voz peculiar, arrastrada y húmeda, de timbre potente, típica teatral. Es
muy cercano y extrovertido, aunque en los primeros instantes parecía nervioso y
tímido.

En esos momentos quieren disfrutar de la exposición, y a la vez no dejarse
nada sin contar, deciden quedar otro día con más tranquilidad.

 

¡Ecléctico! ¡Brillante! ¡Auténtico! Así se encuentra a Marcel.lí
esperándola, en el bar de la plaza, frente al parque de los filtros. En el
resto de las mesas, mujeres Almodóvar, recién salidas de sus casas para tomar
el cafecito con las amigas, vecinas, «mujeres de respetar».

Esta vez parece que tanto ella como Marcel.lí, se han conjuntado. Así lo
hace saber Kenyatta, vendedor ambulante, que se acerca a ellos ofreciéndoles
pulseritas de colores y diciendo:

– Se nota que e tu falilia, la narix, el color de la piel, la mirada, lo
pelos, casi casi pega todo bien.

Ellos se miran imitando los gestos, riendo divertidos, comprobando la ropa.
Algo de razón tiene Kenyatta. Ella lleva la camiseta que le regaló Vincent Van
Gogh.

-El pantalón pega, la camicista tambié. Te veo larga vida guerreo. Mi abuelo
adivino.

-A él larga vida y a mí qué me ves?

– Salud vida larga y felicida

Compran dos pulseras y Kenyatta les regala dos más.

A ella le queda perfecta la pulsera en su muñeca. Marcel.lí no tiene la misma
suerte, al ir a ponérsela, el elástico se rompe, desprendiendo cada cuenta en
miles de direcciones, creando una lluvia de bolitas de colores. Parece el
pistoletazo de salida de un gran festín. El resto de la plaza pendientes del
desparrame colorido, Kenyatta sacudiendo los brazos y tentando que salgan
disparados más abalorios, que intermitentemente dejan ver sus dientes y su
carcajada. ¿Se habrá tragado alguna bolita?

-No lompa mass, feli y amoor.-Dice Kenyatta, mientras le da una pulsera
nueva- Lungulanga lungulungulungumlamga feli y amor.

Kenyatta se va alejando y acercándose al resto de las mesas. A ellos los deja
encanados y recogiendo cuentas por la mesa. De lejos les grita:

-Si se lo pone los pillará. ¡Amunt Valencia¡

– ¿Te la pongo? Hay que hacer nudo corredero.

-Estoy seguro que me estrangulo y se me pone morada, la mano.

-Seta deshaciendo el lungulungu langa langa-. Les bocéa.

Después de la escena gratuita para toda la plaza, el resto de los clientes
de la cafetería acaba con pulseras y colgantes. Ha sido una buena tarde para
nuestro amigo de Kenia, aunque él dice que no vende, que le das una ayuda para
comer.  

-Long live, se va ¡ala!-. Gesticula de lejos.

Desaparece por la esquina, con andares de júbilo, espalda corpulenta y miles
de colores.

Comienza a sonar una música que sale por detrás del servilletero que hay en
la mesa. Es el teléfono de Marcel.lí, se ha conectado el Spotify
automáticamente, con Silvio Rodríguez. Es el colmo de la escena, si ni siquiera
le gusta.

-Esto es un poco surrealista, ¿no? – pregunta ella.

-Eso parece.

-¿Qué leche me habrán puesto en el cortado?

-Seguro que de cabra.

A Marcel.lí, más que la música sonando sola, le tiene preocupado la raja del
móvil.

No consiguen tener una conversación seria y coherente. Entre los dos traman
crear un performance una madrugada en el hall de un cajero automático. Juntos
nada bueno se les ocurre.

Pasada la tormenta de incoherencias, les llega un momento de lucidez. Se ponen
a hablar de pintura, escultura. Él ve arte en cualquier rincón, hasta en los grafitis
de los contenedores.

Profundizando en la conversación, descubren que tienen algo en común, los
comienzos de sus andaduras artísticas, se dieron en la misma época, ella con
diez años, él con veinticuatro. Los dos fueron alumnos al mismo tiempo en La
Escuela de Artesanos de Valencia.

El haber quedado con Marcel.lí, cobra un significado mayor de lo que tenía
pensado. Ya sabe cual es su papel, así se lo hace saber. Ha sido el destino, el
que los ha unido, o habrá sido ¿Kenyatta?

Él llena un espacio que ella tenía olvidado y no recordaba. Le refresca los
conocimientos de arte, la historia, le abre un mundo que aún estaba latente. Se
siente halagado por el papel y el protagonismo que va a tener en su vida y
decide acompañarla en todos aquellos eventos, exposiciones, salas…

Marcel´lí va a dar mucho que contar. ¡Felicidades!

Bolitas de colores…QUIERO MÁS