DESAYUNO CON MI YO DE 10 AÑOS

La luna creciente, se agrandó para lucirse a la noche siguiente.
Ella amaneció antes que el sol en la casa de Denia.
Preparó como cada mañana la cafetera italiana, tueste natural, sin hervir, con mucho amor. Mientras desvanecía el aroma del galán de noche, aumentaba el del café.
Los dibujos seguían sobre la mesa, algunos se desparramaron por el suelo con la pasión.
Sonríe, se arropa a sí misma, las mañanas ya refrescan, ha bajado tan sólo con una camisa. Alcanza el pañuelo estampado y se cubre los hombros.
Recoge los bosquejos, apuntes y algún retrato.
Los amontona, junto a la taza y un pedazo de coca, se dispone a desayunar.
Se acomoda en la bancada, como siempre, una pierna doblada y el resto del cuerpo delicadamente lo apoya sobre su propia pierna.
A veces piensa que algún día esa postura será imposible, mientras pueda, aprovechará.
Empieza a pasar los dibujos y llama en su interior a la niña que fue con diez años y le dice:
«Lo hiciste muy bien, sabías lo que querías, eras destacada, tenías un sueño. Te imaginabas creciendo entre caballetes, bastidores, telas, bodegones, focos, modelos, pinceles y pigmentos.
Sólo con respirar la esencia de trementina, pasabas a un estado de concentración, donde no cabía pensar, sólo dibujar. Desarrollabas la vista, con las luces, sombras y medidas. El oído con el rasgado del carboncillo en el papel, los pinceles en el lienzo y la paleta, con la música sonando. El olfato con los barnices, fijadores, los grafitos, las gomas. El tacto, cuando tú mano se prolongaba con la plumilla, el lápiz o cuando buscabas la dureza y el gramaje del papel perfecto, porque ya sabías cuanto iba a tener que resistir entre líneas y trazos. También desarrollaste el gusto y el corazón.
Si, lo recuerdas? Dibujabas y pintabas con las dos manos. Lo que no podías con la derecha, tranquilamente lo hacías con la izquierda, tú no girabas el papel como otros, tú cambiabas de mano.
Te sentías observada en aquellas aulas, porque esa peculiaridad nadie tenía. Los compañeros eran adultos, te mimaban, pero tú no entendías.
Lo hiciste bien!
Cuando llegó la adolescente, te contaminó la sociedad, como a todos en la pubertad.
El MAESTRO te aconsejó y tú cómo hija rebelde, optaste por lo que te convenía, o eso pensabas en aquel momento. Aún así, lo hiciste bien!
El MAESTRO aún vive, búscalo, llama a su puerta, se alegrará. Cuéntale que has vuelto a nacer, que sientes que tienes once años y él te dirá lo que has de hacer. Hazlo, aún llegas a tiempo, te está esperando!».
Dibujar… QUIERO MÁS!
Amparo Andrés Parriego
Aula, Escuela de Artesanos de Valencia y Dibujos a dos manos.