DESAYUNO CON PINOCHO (CUENTO DE NAVIDAD – PARTE I)

Un ruido como si estuvieran picando en la puerta la despierta. Abre los ojos y se encuentra cara a cara con Pinocho.

_ ¿Pinocho? ¿Qué haces aquí? Hoy es día de trabajo, ¿no? Tú tienes colegio, yo obligaciones.

_ ¡No! _responde Pinocho.

La nariz de Pinocho crece unos centímetros. Ella se aparta rápidamente a un lado.

_No mientas Pinocho, ¡me vas a sacar un ojo ¡

_ ¡No miento!

¡Ras! De nuevo crece su nariz y tropieza con la cabecera de la cama.

_ ¡Ejem! No te haré más preguntas o perforarás la pared en cuestión de segundos.

Se incorpora, se coloca las pantuflas y mientras se intenta peinar la melena con los dedos y se despereza se dirige a la ventana. Fuera llueve abundantemente.

_ ¿Por dónde has entrado? _le pregunta.

_Acabas de mentir. Has dicho que no me harías más preguntas.

Ella hace un gesto de tragar saliva y sus propias palabras. Pinocho es muy avispado y a veces descarado. Mientras despasa la cortina y abre un poco la ventana, busca por la habitación y alrededores a Pepito Grillo. No se concibe a uno sin el otro, en algún lugar tiene que estar.

De pronto escucha unos golpecitos en el cristal, al otro lado tras un aro ahumado por el vaho que desprenden sus gritos inaudibles, se encuentra a Pepito empapado, sacudiendo su cuerpo. No sabe si bailotea, aletea, intenta volar o llamar su atención; está muy gracioso danzante como una cigala en una zarzuela de marisco.

_ ¡Pepito!

_ ¡Amparito!

Antes de terminar de abrir la ventana, Pepito se cuela de un salto, empleando su paraguas de paracaídas; se aferra a la cortina y desciende por ella como un acróbata circense, cogiendo impulso acaba en pie sobre el tocador. Disimuladamente se mira en el espejo alzando las solapas del chaqué y recolocando los hombros mostrando su buena percha. Con glamourosa reverencia se quita la chistera y le hace ojitos esperando la aprobación a su anfitriona.

Ella estupefacta no sabe si vive o sueña. Pinocho dando volteretas en su cama, Pepito Grillo paseándose entre las brochas de maquillaje que hay sobre el tocador. Es una escena surrealista.

– ¡Un momento¡ No entiendo nada. ¿Me podéis explicar que hacéis en mi habitación?

-Yo he venido porque tengo un problema que tú puedes resolver_ Afirma Pinocho -Quiero que repares mis hilos.

-Tú no los necesitas el hada Azul te otorgó vida propia, ya no eres una marioneta.

-No me refiero a esos, yo digo los hilos rojos. Esos que “el caballero de la magia” lanza al acabar el concierto a la luz de las velas.  Tropecé al salir del cuento y los hilos que unían los libros de la estantería se rompieron. Hay que poner remedio. Son los hilos que te llevan de un cuento a otro, de un libro a otro, de una historia a otra. Ahí también hay hilos rojos. ¡Venga, bajemos al sótano! Tú misma lo verás.

Pinocho la coge de la mano y estira de ella, Pepito de un salto se posa en su hombro dando un pequeño estironcito a su melena rubia.

Los tres bajan las escaleras a velocidad escandalosa, casi de vértigo. Los peldaños son de madera y los pies de Pinocho al chocar resuenan repiqueteando tal cual sonido de tambores dando paso a la función. Pepito emplea la barandilla como lanzadera, la bajada supera el Zumanjaro, la montaña rusa más alta del mundo.

Al pie de la escalera, a mano derecha hay una puerta que da paso al despacho, donde ella pasa horas escribiendo y dando rienda suelta a la imaginación.

La librería de considerable tamaño está llena, no cabe ni un alfiler. Normalmente todo está ordenado y clasificado. Pinocho esta vez no mentía, de los huecos salen infinidad de hilos rojos enredados, hay un verdadero lío de los gordos. Parecen lianas rojas en la selva y teme que Tarzán aparezca en cualquier momento.

– ¿Qué ha pasado aquí Pinocho? _pregunta ella.

-Vi que salió Alicia y El Principito de sus páginas. Quise experimentar al igual que ellos, me pudo la curiosidad, mentí a Gepetto con una excusa para no ir a la escuela, me creció la nariz y al saltar fuera del cuento tropecé armando todo este embrollo.  

Mientras ella piensa como va a desliar y organizar el estudio, se escucha de fondo el chirriar de unos muelles. Se trata de Pepito, se ha colado por la pequeña puerta de la casa de muñecas que está abandonada en un rincón de la estancia.  Está saltando sobre el colchón de la minúscula cama, todo contento y feliz, mientras grita.

– ¡Olé! ¡olé! ¡olé! Esto es mejor que la caja de cerillas donde duermo. Esto es una mansión para mí, hecha a mi medida.

– ¡Oh! Pepito. Si, es de tu tamaño. La tengo un poco descuidada- sacude la mano intentando apartar el polvo que desprende el colchón con los saltos del grillo- Se avergüenza del estado de la casita y…de nuevo un ruido de fondo llama su atención.

Al otro lado del garaje, del exterior procede el rebuzno que ha escuchado.

– ¡No! ¿No me digáis que Platero también ha salido de su libro? Acabo de escuchar el roznido de un asno.

-Si, así es. Lo siento, con tanto enredo lo “puse a caer de un burro” _Pinocho se lleva la mano a la nariz por si le crece -Perdón lo puse a caer de un libro quería decir _esta vez la nariz permanece intacta, Pinocho sonríe satisfecho.

Ella activa el botón que abre la puerta de la cochera. Ahí está “Platero, es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro”. Lo llama “dulcemente: ¿Platero?”, y viene a ella “con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…”

-Bueno, pues éramos pocos y parió…_Pepito se abalanzó sobre Pinocho, evitando que acabara de pronunciar las siguientes palabras, le taponó la boca con su chistera. Todos escucharon el final de la frase en sus conciencias.

“La conciencia es esa débil voz interior que nadie escucha, por eso el mundo anda tan mal”.

Pese al caos que se había formado en la librería, parecía una situación fácil de controlar. Con paciencia, serenidad y mucho trabajo volvería todo a su lugar.

-Pues nada. Habrá que poner orden, avisar a Gepetto y a Juan Ramón que estáis localizados y en buen estado, les enviaré unos mensajes; y para ordenar toda esta maraña de hilos necesitaré ayuda.

-Yo puedo instalarme en la mansión victoriana, unos días no me importaría. Así, podría ayudarte concienzudamente.

Pepito se pavonea y emite unos gemidos placenteros imaginando lo a gusto que estaría pasando las navidades en aquella casita. Ella se queda mirándolo, dudando si por la noche roncará o grillará.

Pinocho luce una nariz pequeña, redonda y reluciente, con una mirada sincera parece estar pidiendo: “concédenos este capricho de quedarnos contigo a pasar la Navidad mientras reparamos el caos de los hilos rojos”

Platero encoge la grupa cual si alguien le fuese a alcanzar, sintiendo ya la tibieza suave, de unas fiestas perfectas…

Un doble reír caído y cansado expresa ella, asintiendo que sí, que juntos la Navidad sería perfecta.

Cuentos de Navidad…QUIERO MÁS.