DESAYUNO EN EL AMBULATORIO

María está sentada en el banco de rejilla. Balancea las piernas de alante hacia atrás, no es consciente que acuna a su vecina al mismo compás.
María le pregunta la edad, a lo que obtiene un cincuenta y tres por respuesta, con voz incómoda. Ella sigue con sus pensamientos en alto… «Ah! Pues eres de la edad de mi hija, pero pareces más joven. La charcutera también tiene la misma edad, pero parece mayor, está más vieja. Lo sé, porque hoy le he comprado una puntita de jamón para hacer un caldo y le he preguntado la edad».
La enfermera nombra desde dentro:
_ José Castillo?
El señor de al lado de ella, tendrá casi ochenta años, se levanta con esfuerzo y pasa a la sala de curas.
Al otro lado del banco, una madre de unos cincuenta, a su vez a cada lado un hijo, dos en total, sin identidad. Se deben llevar un par de años, uno flequillo, otro tupé, mismas bermudas, azules uno, negras el segundo, la misma camiseta, celeste uno y roja el otro. Mismo semblante, hieráticos y contenidos. Dónde ha dejado esa madre que fluya la personalidad? Si de edad pasan los dieciocho?
María se levanta, y con la misma inquietud que balanceaba las piernas deambula por el pasillo, según sus cábalas ella es la siguiente. Intenta convencer a todos, que así es. Preferimos darle la razón o nos preguntará la edad.
La enfermera dice:
_ María Manuela?
María corre como si tuviera veinte años, no sabemos su edad, a la vez que contesta:
_ María, María…hasta hoy sólo María.
No sabemos nada de María Manuela, ni que edad tiene. La enfermera, da paso a María, sin saber si su edad es la misma que María Manuela.
Al lado de ella, una mujer de unos sesenta y ocho años. La lleva observando un buen rato. Se fuma encima, le sonríe, le faltan dientes y los que tiene, tienen tono. Vuelve a mirarla y sonriente se dirige a ella:
– Tienes un euro. Es para tomarme un café.
– No, Io siento. No llevo suelto.
Ella se apena por dentro. Le habrá dado como una infinidad de ocasiones, en otros rincones del pueblo, durante años.
La mujer fumadora, está más acostumbrada al no, que al euro.
María, que no es María Manuela, sale de la sala con sus pensamientos… «tengo que ir a la farmacia a comprar gasas, me ha dicho…», se aleja.
_ Carlos Prados?
La madre con los dos clones desaparece tras la puerta de enfermería.
Sólo queda ella y la fumadora, sin euros.
Ella recuerda haber leído, no hace mucho, en otro libro, que en la calle todo recto, en la esquina a la izquierda, hay un cajero…como en todo pueblo.
El ambulatorio, está frente a la alameda, del mismo banco, del mismo cedro…
Ya le toca a ella.
La enfermera es Noelia, la conoce desde hace más o menos, cuarenta años.
Ah! El cajero conforme sales del ambulatorio, cruzas la alameda y está a unos…doscientos metros.
La vida es un regalo…QUIERO MÁS.
Amparo Andrés Parriego