DESAYUNO EN EL GIMNASIO

Alfonso sale del vestuario masculino, se dirige cabizbajo hacia el fondo del gimnasio. En la sala dos, hay cola para la clase de spinning. Despierta el interés al pasar, se debe sentir observado o igual ya está acostumbrado.
Pasa lista, algunos nombres ya se los conoce. Cuando llega a ella, ni la nombra, directamente con un gesto le indica que es su turno.
Ella ya sabe que debe ponerse siempre en la bici dos.
Los primeros meses de gimnasio fueron duros. Alfonso fue el único monitor que le dijo «tú puedes».
La bici dos justo cae frente a él, así puede controlarla. Ni está muy cerca del aire acondicionado, ni muy lejos. La temperatura corporal tampoco la regula correctamente, el sistema nervioso central, está dañado.
Una vez están todos dentro, Alfonso entra el último, lo primero que hace es ir junto a ella. Se asegura si ha podido anclar las zapatillas en los pedales, si está el manillar y sillín a la altura y medidas que le acoplan. Le pregunta si está bien y ella siempre le contesta, mirándolo directamente a los ojos, a escasos centímetros… «genial». La respuesta a él siempre le hace reír. El resto de los alumnos o ciclistas «algunos», suelen decir «bien».
Ella…»Genial».
Cuando está seguro que no le falta nada, prepara la pantalla con la carrera del día. Siempre se oye de fondo algún suspiro, algún ¡olé!, ¡madre mía!, ¡vamos!, alguna queja. Él de nuevo se ríe, se sube a su bici, con un estilazo que quita el sentido, se coloca los auriculares y micro y comienza al ritmo de la música calentando y subiendo velocidad progresivamente.
Ella para no perder el ritmo, no pierde de vista su muslo derecho, o el izquierdo, o los dos…Le alegra el día.
Ahora ya es fácil, lo difícil era cuando aún se mareaba, cuando perdía el equilibrio, cuando andar era un mundo y pedalear era dos. Cuando las palabras no salían ni dos juntas y callaba, sólo pensaba.
Alfonso se lo tomó como un reto personal. Su primo había pasado por algo parecido. A ella le contaba que de una silla de ruedas pasó a ser futbolista profesional.
Si su primo pudo, ella también.
Alfonso le preparaba la cinta andadora, le controlaba la velocidad, la sujetaba si era necesario. No la perdía de vista.
A ella le apasiona el ciclismo desde pequeña, Alfonso es profesional de montaña. Hablan de bicicletas, de equipajes, de carreras, la titánica, ella sueña con poder hacer algún día «La Titánica». Él le dice que harán una carrera juntos.
Ella ha avanzado tanto que él piensa que en verano podrán salir a la carretera, irán por zonas seguras, cerca del gimnasio hay un carril bici, que une varias poblaciones.
Alfonso consigue lo que para los médicos era un imposible.
Tienen una relación muy bonita, se entienden sin hablar.
Llega un momento que ella ya no necesita a Alfonso o eso piensa la vida. El destino encuentra para Alfonso otro trabajo, donde él estará bien reconocido y valorado, tiene que pensar en su porvenir, así se lo explica a ella. Los dos hablan de si ella podría ir hasta el otro gimnasio, pero es imposible. Ella aún no es capaz de conducir sola lejos de casa, aún se pierde, se desorienta.
Es inevitable, por las circunstancias, se tienen que separar.
Alfonso voluntariamente consiguió lo que nadie quiso intentar.
Van haciendo la cuenta atrás, ella no se pierde ninguna sesión y llegó el día…
Al acabar la clase, la deja a ella a un lado, después de despedirse de los otros «ciclistas», se quedan solos. Empapados en sudor, sin poder hablar, los dos emocionados se funden en un abrazo. Él le seca las lágrimas y le dice:
_Tonta, no llores. ¡Admiro lo fuerte que eres!

Por las tardes cuando acaba el gimnasio, las duchas lloran la ausencia de Alfonso en el vestuario.

Gracias Alfonso, Spinning… QUIERO MÁS.

Amparo Andrés

FOTO: Sala 2, sin Alfonso. Amparo Andrés.