
Una llamada, un silencioso resplandor en ese teléfono que lleva años mudo y una sonrisa al ver quien va a ser mi interlocutor. Un instante mientras mi dedo va a deslizar el falso botón. Un instante en el que pasan por mi cabeza una vieja chimenea industrial, una terraza de loseta roja, rectangular, un balancín, una sonrisa que mira hacia mi, con la distancia de un piso de altura, un edificio de los de antes, de vecinos queridos, puertas abiertas y un zaguán adornado por un cuadro de la lonja. Un blanco vestido al lado de la albufera, seguro que sería en mayo, ese es el mes que toca. Años sin vernos que se convierten en nada cuando un café nos reúne, cuando unas risas nos recuerdan que somos vecinos, de los de antes, de los que importan. Unos ojos que transmiten fuerza, de su madre heredada, que te cuentan como eres, aunque tú no lo sepas, que reflejan la belleza que oculta su alma de barro y horno, de espátula y tela. Una voz que me recuerda carreras en la escalera, vestidos de fallera, alguna inyección de niño y palabras que calman, atemperan el alma, te muestran la esencia de momentos fugaces entre galletas y tazas, al despertar la mañana. Al recordar grandes batallas que la hicieron más grande, más artista, más humana. Al descolgar escucho esa voz que me dice – Hola, ¿te puedo pedir un favor? ¿Podrías escribir sobre mi?.
Y yo pienso que es una enorme responsabilidad, pero algo se me ocurrirá.
-Por supuesto Ampa, dame un par de días.
Y ahora no sé qué contar.
Autor: Sergio Ombuena
Comentario:
Generalmente el prólogo se escribe al finalizar un libro. Cuando el escritor es novel, lo suele hacer una tercera persona, para darle la venia, permiso, gracia, autorización o licencia para ejecutar algo.
Todo comenzó casual, probando, probando, a ver que pasaba, por pura diversión y disfrute. A los días se convirtió en una expectación. El público pedía más desayunos.
Las cosas que salen bien, empiezan así, por placer, son las que salen del corazón.
Ella es novel y pidió a Sergio Ombuena, la venia.
Lo mismo que le pidió entrar por la puerta grande, y el no dudó. Tampoco lo hizo cuando le encargó dar el toque principal de una buena historia.
Sergio le abrió su balconcito, desde donde él escribe cada día, para dar los Buenos días…allí fue donde se coció el bizcocho del primer desayuno.
Los desayunos son historias con personajes reales e imaginarios. Experiencias vividas y otras inventadas.
Son relatos encadenados, aunque no lo aprecies, hay una historia detrás, paralela, que se va creando, conforme va engordando con tantos suculentos desayunos.
Gracias Sergio, has emocionado a mis padres con tus palabras.
A mí me has pintado un cuadro con el poder de la palabra.
Ya sabes, «pintar con el alma».
Amparo Andrés Parriego